20 de febrero de 2009

La lágrima de San Jorge

En Misiones, Argentina, las minorías étnicas luchan por hacerse un hueco en la vorágine casi kafkiana que el neoliberalismo y la globalización han implantado. Durante siglos, las voces del pueblo guaraní han permanecido calladas y despojadas sistemáticamente de sus tierras, arrinconadas hacia territorios improductivos, y hacia lugares en donde cada vez les resultó más difícil mantener un espacio para sedimentar y prosperar su cosmogonía particular, así como abrirse al mundo si la consecuente pérdida de identidad. Hace cinco años, la política de Misiones posibilitó el reconocimiento de este pueblo único y de su existencia étnica como sociedad originaria, aunque la realidad social dista mucho de la cotidianidad política enfrascada en altas dosis de electoralismo popular.

Desde la ruta 12 se puede respirar la atmósfera de pobreza. Casas destartaladas, basura y despojos recrean murallas ya derribadas. Los puestos de artesanía me invitan a hacer un alto en el camino cerca de Aristóbulo del Valle. El polvo rojizo de la tierra me traslada a un mundo que roza la indigencia y el abandono. Son vagabundos en una tierra que una vez fue suya.


"Sufrimos el despojo de nuestro territorio. Nosotros, la gente de la tierra, nos encontramos divididos por fronteras artificiales que nos impusieron” explica Javier, mientras prepara lentamente el maíz en una cazuela. Durante varios días convivo en su casa. Las gallinas se rebozan en la tierra mojada, mientras su esposa acaba de tender la ropa. Poco a poco se van acercando los pequeños. Al principio sus miradas se escurren tímidamente entre las risas que fluctúan en la enrarecida atmósfera ante mi presencia. 

En seguida se hace de noche. Y después, nos quedamos solos en el silencio albergados por el manto que desprende la espesura de la selva. Los hijos de Javier ya han llegado a casa. Mañana madrugan y tienen que descansar. En la habitación un calendario que evoca la imagen ecuestre de san jorge matando al dragón me llama la atención. Es de hace años. Javier se percata de mi interés. Su voz se entrecorta mientras sus ojos se pierden en la imagen. Una pequeña pausa dilata el tiempo. "Era de mi hijo pequeño... una noche empezó a tener fiebre... no teníamos medios..." me confiesa Javier

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