El ensordecedor ruido de las hélices del helicóptero apenas permite discernir la conversación que entablan dos militares paquistaníes sentados al lado de varios marines americanos. Una instantánea digna de ser guardada en la memoria. Las vistas del Valle de Swat desde el aire deberían ser espectaculares pero el paraje de destrucción borra de la memoria la idílica postal tan frecuentemente comparada con los Alpes suizos. Sus impresionantes montañas que superan los 5.000 metros de altura, aún atesoran los restos del buda de Jenanaba, de 7 metros de altura.
Posiblemente podría haber sido uno de los mejores ejemplos del arte gandharano, pero al igual que sucedió en las laderas de Bamiyán, los talibanes decidieron mutilar este legado histórico durante el mandato del clérigo radical Fazlullah, el Mulá FM. Si bien a mediados de Julio de 2009 el coronel Akhtar Abbas, jefe de relaciones públicas del ejército paquistaní en el valle de Swat hacía público que tras dos años de control talibán, la zona por fin estaba libre, más de dos millones de desplazados y 2.220 huérfanos continuaban olvidados.
El valle de Swat conformado por valles estrechos y extensas planicies cubiertas de vegetación, irrigadas por las aguas del río Swat , que divide el territorio en dos mitades vuelve a encontrase devastado. Esta vez por el agua. El caudal del río se desbordó por las intensas lluvias del pasado mes de agosto y la fuerza del agua devastó puentes y carreteras consigo, dejando incomunicadas las poblaciones a ambos lados. Más de 200 puentes y decenas de carreteras quedaron destruídas por las inundaciones. Ahora las aguas han remitido y el cauce del río ha vuelto a su nivel normal. Sin embargo, los lugareños de las zonas afectadas por las lluvias han perdido sus hogares y tierras, y tardarán meses en recuperar la normalidad. En algunos lugares, como Kalam, sólo se puede llegar en helicóptero. En este distrito a 80 kilómetros al norte de Mingora, la capital del Valle, unos 150.000 residentes viven aislados y necesitan ayuda humanitaria para sobrevivir.
Un parche adosado a una manga de un uniforme militar norteamericano deja entrever la figura de un caballero blanco. Desde el 5 de agosto marines del escuadrón HMM-165 se han desplazado a Pakistán para asistir a los damnificados por la inundaciones. El capitán Raphael, de 23 años de edad, ante los rumores de la prensa local sobre el verdadero por qué de la presencia desplegado en Pakistán, confiesa rápidamente que su misión consiste en la distribución de la ayuda –canalizada por la agencia estadounidense USAID- entre los afectados en las poblaciones del Valle de Swat: “Hasta la fecha hemos repartido un millón de kilos de ayuda humanitaria para un total de 12.000 afectados”, explica el marine, mientras recalca “Estamos aquí por petición del Gobierno de Pakistán”. “Los lugareños están muy agradecidos por prestarles ayuda”, insiste el teniente James, mientras supervisa las labores de entrega y recogida de ayuda en el aeródromo de Gulibah.
Acompañamos al mayor Adil y al capitán Kasim, en uno de los veinte viajes que realizan al día, a la aldea Pashmal, a 12 kilómetros al sur de Kalam. Durante la travesía charlamos con los cascos puestos con los dos pilotos que intentan excusar a las autoridades. “La gente se queja de que el Gobierno no está prestando ayuda. Pero no es cierto. Simplemente nuestros recursos son escasos y las necesidades son muchas en un país del tercer mundo”, explica el capitán Qasim. “El Ejército no dispone de 20 millones de helicópteros para hacer llegar las ayudas a 20 millones de afectados”, agrega.
El aparato aterriza en una explanada, y de la nada aparecen decenas de hombres y niños, mientras las mujeres, enfundadas en una burka, asoman la cabeza por detrás de una tapia. Ante el temor de que los extremistas aprovechen para llenar el vacío provocado por la mala gestión ante la crisis por parte del Gobierno, Estados Unidos se ha convertido en el primer país donante de ayuda humanitaria a Pakistán.
La Administración Obama espera que la misión humanitaria contribuya a cambiar la percepción pública del papel de EEUU en Pakistán, donde el sentimiento antiestadounidense va en aumento. Sentimiento que ha crecido con la renovada campaña de drones y la muerte de tres soldados paquistaníes en la frontera. De la misma manera pero con distinto traje de gala, la “yihad caritativa” ha desplegado su ayuda a lo largo de todo el país. Si bien las facciones más extremistas islámicas en su afán por ayudar a sus hermanos musulmanes supieron actuar más rápido que el gobierno paquistaní, los analistas conservadores vieron este movimiento como una posible “herramienta de propaganda del extremismo”
Tras el devastador paso del monzón, y olvidados por las autoridades paquistaníes, cientos de miles de sobrevivientes buscaron amparo en las asociaciones de caridad islámicas que cubrieron el vacío provocado por la mala gestión de la crisis por parte del Gobierno.
“Al igual que en el pasado cogimos las armas para el bienestar de nuestro pueblo, ahora estamos llevando a cabo actividades de ayuda de emergencia para su bienestar”, explica el sheij Abu Hishra, líder local de Jamaat-u-Dawa (JUD), una asociación de caridad religiosa vinculada al proscrito grupo terrorista Lashkar-e-Toiba (LeT), presunto autor de los atentados de Bombay de noviembre de 2008. Bajo el alias “Human Welfare Foundation”, instalaron un centro de acopio en el corazón de una mezquita de Muzafargar para intentar ayudar a los más de dos millones y medio de personas afectadas por el temporal.
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