Adul levanta la mirada, meditabundo. Por unos instantes el veredicto del sol le concede un oasis de silencio. Las prolongadas ojeras se desdibujan de su rostro por la dureza del calor mientras unas intermitentes gotas de sudor se enredan en su prominente barba, arreglada para la ocasión. Sus pensamientos se interrumpen por la insistencia de un niño para que beba agua. La sequedad de la tierra repercute en las gargantas, el recuerdo las atraganta.
“Durante años hemos estado sufriendo las persecuciones y amenazas de los extremistas. No creemos que la venganza sea el camino para acallar esta tristeza, no profesamos el odio”, explica Abdul R, uno de los representantes más activos de la comunidad Ahmad. Durante años estuvo viviendo en España pero tuvo que regresar hace siete años: “No podía aguantar estar viviendo más tiempo allí, necesitaba volver a mi hogar, mi comunidad me necesitaba”
Los habitantes de Chenab Nagar, una pequeña localidad situada a 160 km de Lahore y atalaya espiritual de la castigada comunidad Ahmadi, permanecen absortos, anclados en una realidad desfigurada por la violencia. Sus sentimientos se entrelazan con el doloroso recuerdo de la pérdida. La ausencia acompaña los latidos de un mundo convulso, inexplicable y carente de sentido que se pierde entre el polvo que se levanta en el camino. El vacío del duelo se entremezcla con el ruido constante de las ambulancias, mientras unas anestesiadas miradas intentan guarecerse de las sombras que proyectan los cavadores de tumbas. El sudor se funde con la tierra, el dolor se pega a las entrañas.
Un río de lágrimas desborda el recuerdo de las víctimas que fallecieron en el doble atentado contra sendas mezquitas ahmadíes en la megaurbe de Lahore. La muerte de casi un centenar de personas rememoró el amargo legado de segregación al que la comunidad musulmana les ha conminado desde el nacimiento de la nación. Tildados de ser una secta, la rama Ahmad del Islam data sus orígenes en 1889, año en el que Mirza Ghulam Ahmad marcó el inicio de una nueva reflexión del Islam desvinculándose de las facciones más extremistas que la envuelven.
Las fuertes medidas de seguridad contrastan con la ausencia de policía estatal. Los vecinos portan pesadas metralletas, desconfiadas pistolas. Demasiadas amenazas acumuladas… Una cadena humana custodia la entrada mientras el sudor se desvanece con las lágrimas derramadas. Un goteo de ambulancias colapsa las oraciones que dejan paso a una avalancha de manos desnudas que buscan cargar en sus hombros las pesadas cajas.
El dolor da paso al silencio mientras un escurridizo viento sopla entre las casi noventa tumbas excavadas. Los familiares sujetan unos carteles con el nombre de sus seres queridos. Una fila hierática de miradas absortas se yergue entre el polvo que se entremezcla con el esfuerzo de las azadas y el ir y venir del flujo de cubos de arena que preceden a la calma..
La explosión conduce la esperanza hacia el ávido recuerdo de la nada. Vacío, ausencia, ocho sílabas enjauladas en un pensamiento ardiente de desesperanza. Un océano de manos entrelazadas cobija momentáneamente a los habitantes de la castigada localidad de Chenab Nagar. Un suspiro les alienta, una oración les infunde confianza. El viento dictamina un sólido veredicto: todavía no es el momento de dar la espalda a la esperanza.
3 comentarios:
Por qué los periodistas nunca profundizan de las consecuencias de la violencia y sólo hablan de número de muertos después de un atentado. Te felicito por ofrecernos crónicas distintas!!
Buen trabajo niño!
Muy buena crónica sobre el dolor, pero más aún, esa descripción de la desolación que causa y de alngustia d e quienes la padecen. Eres excepcional, por eso te aprecio, te admiro y me encanta mirar por tus ojos y conocer a través de tus palabras. Continúa, es tu tarea y es mi oportunidad de seguir acercándome a ese mundo que se parece tanto al que vivimos quienes soportamos los conflictos.
Publicar un comentario